Nocturna,
eres nocturna. Tu oscuridad bañada de estrellas, un revoloteo helado desordenando mis
pensamientos, un atardecer lento en tus ojos. Así te quiero.
Fría, eres
fría. Me calas la piel, me nievas el pelo, soplas hielo desde tus alturas,
entumeces con el agua de tus pies. Así te quiero.
Destemplada,
eres destemplada. Primero me congelas, me empapas, me haces tiritar y después
me regalas un arco iris. Me matas con tu calor abrasador, casi afiebrado, y cuando
creo que ya no puedo más, otra vez me helas. Así te quiero.
Diversa,
eres diversa. Tu boca árida de pronto se transforma en un vergel, tus ojos
azules, de cielo límpido y lagos, las llanuras de tu vientre, liso, se chocan
con los picos elevados de tus senos, enormes, que abarcan una inmensidad. Así
te quiero.
Bella, eres
bella. Lo tienes todo, locura y paz. Armonía y desencantos. Así te quiero.
Extraña,
eres extraña. Me enloqueces y me tranquilizas, me transportas, me elevas, me
traes aquí de vuelta. Así te quiero.
Misteriosa,
eres misteriosa. Esa es tu cualidad más sublime. Encierras leyendas, tesoros,
cosas que la naturaleza te dio y que no entiendo. Y te ríes, porque no las
entiendo. Sí, misteriosa es tu mejor definición, porque es lo que resalta todas
tus virtudes y tus defectos. Y así
nombro, así te recuerdo, así te extraño, así te siento.
Así te
quiero, Patagonia.
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