Tenía siete
años y la vida escolar me gustaba, pero no jugaba. Bueno, jugaba a veces, pero
no tenía amigas. A veces con una, otras con otra o algún chico, y nada más. Todas
tenían su grupito, menos yo. No es que me molestara demasiado, a esa edad creo
que ni me daba cuenta.
Segundo grado
era un poco complicado, no porque no entendiera o porque la maestra era mala,
sino porque estaba en una edad de portarme mal, charlar todo el tiempo, agarrar
cosas que no eran mías y no preguntar quién era el dueño…en fin, un pequeño desastre,
aún más pequeño si lo comparo con los otros chicos.
Un día,
alguien dijo que tendríamos compañera nueva. Fue una gran noticia pero lo fue
más cuando supimos que venía de Córdoba. En ese entonces, Córdoba era un lugar
súper lejano, era como si habláramos de Estados Unidos o Japón, por lo tanto,
la ansiedad por ver a la compañera nueva era mucha. Cuando lo supe, también
supe que esa chica nueva, de la que no conocía nada salvo su procedencia, sería
mi amiga. No fue un capricho, sino que lo supe casi como una premonición.
Pero la
compañera tardó bastante en entrar a la escuela, casi quince días, y eso, para
un chico de siete años, es muchísimo.
Al fin, un día
después del Día del Amigo, (o quizás dos días después) un lunes frío y lluvioso,
de esos donde casi toda la mañana era de noche, la maestra anunció, ante el
reducido número de alumnos a los que, a los empujones, sus madres habían
levantado y mandado a la escuela, que la compañerita nueva había llegado.
Inconscientemente
moví mi mochila del lugar de al lado, para dejar el asiento a la chica. Al fin
entró,con una camperita verde con flores y un miedo que traspasaba las paredes.
Si me parece verla…
La llamé con
la mano para que se sentara a mi lado. Y nunca más nos separamos.
Luciana se
convirtió, pocas horas después, en mi amiga
incondicional, en la hermana que nunca había tenido ni tuve. Ese día la paseé
por la escuela, le mostré mi “asombroso” vaso plegable, usé sus marcadores que
mi madre prohibía por se yo bastante desprolija para usarlos, y oí con atención
la única instrucción que me dio su madre, que afuera del aula la esperaba: “Cuidala
mucho”.
Y vaya si la
cuidé. Siempre fue mi protegida, la cosita pequeña a la que nadie debía tocar,
aunque a veces le hacía la vida imposible. Yo, con mi trauma de hija única, pretendía
que ella hiciera lo que yo quería, y ella, por suerte, a veces me paraba el
carro.
Pasaron los
años, y juntas vivimos muchas cosas: muy buenas y muy malas, digamos que de las
peores. Fue ella la que me sostuvo cuando una tarde de junio me derrumbé en
lágrimas al tener la certeza que mi padre moriría en pocas horas, la que aguantó
mi tristeza posterior, mis locuras y obsesiones que nadie podría haber aguantado.
Me acompañó en la difícil tarea de crecer, con todo lo que eso implica. Yo también
la acompañé, escuché una y otra vez las historias de sus amores frustrados,
aunque hacer eso, comparado con lo que ella hacía, es nada.
Hoy sé que
es feliz, aunque a veces me sienta celosa, y es lógico, porque siempre lo fui,
aunque nunca lo digo porque sé que uno no tiene derecho a molestar con celos a
la gente que quiere, y esto no lo digo para excusarme, no, no… Yo la escucho, y ella me escucha, comprende
hasta mis confesiones inconfesables sin salir huyendo, sino dando una palabra de
aliento, un abrazo, o un simple “Ay María” cargado de reprimendas y
comprensión.
Estamos grandes,
pero también estamos chicas.
Hoy me pegó
fuerte la melancolía, y no quería dejarla pasar sin regalarle estas palabras a ella,
Luciana, mi amiga. Mi hermana.
gracias por tus palabras,sabes que me tenes en todas(a los dos,guille te adora sos como una hermana para él) y me llenas de orgullo hermanita.lu ♥ :)
ResponderEliminarQue hermoso Maria! Me ha encantado, y mas por que la historia es verdadera.
ResponderEliminarEsas amigas inseparables que te quieren por tantos defectos tengas, o problemas...
Bueno, no puedo decir ni escribir mucho por que estoy desde mi celular y es dificil escrir.
Besos y cuidate, subi pronto.
Chau.
Bonito homenaje.
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