Al ver el título de esta novela, nos preguntamos cuál será
esa ciudad, o si sólo es un invento de su autor. Personalmente, cuando lo vi,
enseguida me dije que sería un invento. Pero me equivoqué y lo reconozco, la
ciudad existe y es tan tangible como un cuaderno, bueno, para mí no es taaaaan
tangible porque me queda a unos cuantos
(demasiados, para mi gusto) kilómetros de distancia.
(demasiados, para mi gusto) kilómetros de distancia.
La ciudad de los prodigios es Barcelona y Eduardo
Mendoza nos la muestra con una calidad exquisita, propia, seguramente, de quien
gusta que el lector imagine todo tal
cual es, o era. Contándonos la historia de Onofre Bouvila, su protagonista,
también nos cuenta la historia de esta ciudad que sí, está llena de prodigios,
y uno de ellos es Onofre.
La historia comienza con nuestro héroe, un chiquillo
al que recién le crecen los pelos, que llega a la ciudad condal con ganas de
progresar un poco y borrar un pasado bastante privado de cosas y lleno de
ausencias. Con sus pocos años pero mucha maña, Onofre progresa, y cómo. Aprovechando
la Exposición Universal, que intenta modernizar la ciudad y la convierte en un caos,
Onofre se abre paso en un mundo particularmente hostil. Si lo hace de buenas maneras
o no, eso va a criterio del lector.
Lo cierto es que a medida que nos relata las aventuras de Onofre y sus enredos
que rozan la mafia, también nos cuenta cómo Barcelona fue adaptándose a esa
modernidad galopante con rapidez y destreza de bailarina, aún con todos los
impedimentos económicos e históricos que Madrid –eterna rival- le puso y le
pone por delante. Una semejanza con Onofre, que se convierte en su poderoso y
más importante ciudadano, y que también está lleno de misterios, como
Barcelona.
Una obra imprescindible de leer, nunca aburre, siempre
entretiene, y con muy logrados “saltos” desde el presente de la novela hacia el
pasado.
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