jueves, 26 de noviembre de 2015

Crisis

Cada día que pasa me siento peor. Cada día que pasa es una tumba nueva que se cierra en mis narices. Cada día que pasa es un desafío que afronto y que no supero, y cada noche es un fracaso nuevo.
No sé qué me pasa, yo no era así, repito a quienes preguntan, y les regalo una sonrisa. Pero claro que sé qué pasa, sólo que es largo de explicar y la gente no tiene tiempo. Y tampoco es bueno aburrirlos.
Ha pasado la vida. Con más bemoles que sostenidos. No ocurrieron cosas catastróficas, lo sé, pero las que ocurrieron son suficientes para ahogar a un alma.
Ahora todo es tristeza continua. Todo choca, todo hace mal. Cualquier motivo desencadena el llanto en el colectivo, en la calle, en el baño, en el banco de clase. El cuerpo ha dejado de ser cuerpo para ser puro nervio retorcido, que ante la mínima cosa salta y provoca que el estómago se retuerza, el sueño se vuelva una locomotora sin frenos, el frío y el calor recorran los poros y la ira se desate con la facilidad de un cordón de zapatilla. Nada bueno ocurre, al contrario, lo único bueno va desapareciendo, dejando un desierto lleno de gente que no importa, que incluso se odia y que detesto, y que para desgracia  mía, respiran mejor que yo.
Y para completar el plan de autodestrucción masiva, la inseguridad. Cada día aumenta, como avanza la sarna sobre el cuerpo de un animal, silenciosa pero picando continuamente, recodándome que ayer no pudo resolver nada, que hoy es mejor no ir, y que mañana, ni siquiera podré hablar. Un círculo que se cierra cada vez más y que aísla. La desesperación aumenta, pero es helada, no permite hacer nada y tampoco propone voluntad para hacerlo. Es la desesperación del “mejor lo dejo así”, “mejor no hago nada”, “mejor ni lo intento”. Mejor me muero. Eso. Muerte y fin de la historia.
Pocas cosas buenas me rodean y esas cosas se están yendo, lo sé y no pudo y tampoco hago nada para evitarlo. Hasta el amor.
El miedo se me ríe en la cara. Con tanta inseguridad, el campo está libre para que él ufane en sus glorias conseguidas y en las que sabe y sé que va a conseguir. Toda la esperanza en lo que vendrá está siendo comida por él.

Y todo se vuelve negro, el futuro, el pasado y peor, el presente. Un presente sin ni un rayo de luz, un presente que palpita al ritmo de una respiración cada vez más lenta, más cansada, más hastiada, más entregada. 

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