El patio de la penitenciaría estaba repleto de internas,
pese al frío de aquella mañana. Después de muchos días de lluvia y viento, el
sol había hecho acto de presencia y eso, en la oscuridad de la Unidad N°5, era
un verdadero regalo.
Sentadas en el suelo, en sillas plásticas, o
simplemente de pie, apoyadas contra la pared, las mujeres cerraban los ojos,
disfrutando como lo hacen los gatos cuando se tienden para que el sol los acaricie. La única que no
participaba de la fiesta de la luz, era Elena. A la sombra que proyectaba la
altísima tapia que separaba la cárcel de la libertad, intentaba encender un cigarrillo.
–Puta madre. –dijo por quinta vez. El encendedor se negaba
a darle aunque sea una chispa.
–¡Ey, Elena! –alguien aulló al otro lado del patio, y
Elena no pudo contener un bufido de puro hartazgo. Se giró para ver a quien ya
sabía que gritaba, y cómo no saberlo si era famosa justamente por los gritos
que pegaba. Parecía criada por Tarzán, se decía Elena cada vez que la garganta
de la Shaki cortaba los silencios del pabellón. La Shaki le decían por Shakira,
y no era porque cantara, sino por los gritos, su cabello enmarañado y
grasiento, su cintura fina y trabajada, y además, y lo más importante, porque
cuando entró a la Unidad, Laura pidió que la llamaran así. Porque la Shaki se
llamaba Laura, algo que pocas sabían.
La Shaki levantaba los brazos y sonreía con sus
dientes desparejos.
–¡Eu! Dame un pucho.
Elena resopló otra vez y caminó hacia su compañera,
entrando al sector soleado que todas compartían.
–Tomá, y no me pidas más. –sentenció dándole un
cigarrillo, que la Shaki se llevó a la boca con impaciencia.
–No seas así, amiga. –la miró como sobrándola, Elena
no se inmutó–¿No tené encendedor?
–No anda esta mierda.–abrió la palma de su mano,
mostrándole el encendedor verde y defectuoso.
–Porque son chinos, duran dos días. ¡Mónica!
Otra vez su grito cruzó el patio, rebotó en las
galerías llenas de rejas. Fue más potente porque eso pasaba cuando le urgía
algo.
Pese a eso, Mónica no la escuchó. Shakira gritó más
fuerte, recordando que Mónica era sorda de un oído desde que su marido descargó
una escopeta a su lado tratando de darle a un tipo. No sólo
no le dio, sino que logró dejarle dos problemas permanentes a Mónica: la
sordera, y la cárcel. Tres años. Y él, libre.
–¡Mónica!
Esta vez el desgañitado grito de la Shaki llegó a los
oídos de Mónica, que se giró, buscándola. Shakira llegó a ella con tres
zancadas y Elena vio que conseguía un encendedor de esos buenos, que son
plateados y que prenden la llama cuando se les abre la tapita.
La Shaki volvió hasta ella medio bailando y retorciéndose,
abriendo y cerrando la tapita del encendedor. Se lo pasó luego de prender su
cigarrillo.
–Hace un frío loco acá, vení. –con un gesto de la mano
le indicó el sector con sol, Elena negó con la cabeza.–Dale, vení. Bueno, quedate
sola, yo me cago de frío acá.
Sin embargo, la Shaki no se fue. Y es que le intrigaba
mucho Elena como para que, después de haber logrado mantener una conversación de diez minutos o menos, irse
con las otras y dejarla sola. No por solidaridad o compañerismo, sino porque
Elena era un misterio, para ella y para
todas. Parecía brava a pesar de ser delgada y de piel casi transparente, algo
que le envidiaban todas, la gran mayoría morenas.
Shakira era de las peligrosas y no sólo por sus
gritos, sino por su historial tanto fuera como adentro de la cárcel.
Secuestros, un homicidio, y comandante de varios desmanes dentro de la Unidad
hacían de su nombre un pequeño monumento al respeto. Pero Elena lo era más, y
eso, lejos de molestar a la Shaki, la llenaba de intriga. Y es que Elena jamás
había cometido nada fuera de lugar dentro de la cárcel, su conducta era
excelente y hasta incluso alabada por el director. Nunca peleaba porque nunca hablaba
ni se juntaba con nadie. Y tampoco se sabía qué habría hecho para que termine
presa alguien como ella. En todo eso
radicaba el respeto casi rayano en el miedo que le tenían: Elena no era una
más, Elena era una loca. Y de las malas. Así como nunca había hecho nada,
sabían que un día podía ser capaz de hacer todo. Lo demostraba su alejamiento,
su mirada extraña.
Exhaló el humo en la cara de la Shaki, gozando
internamente de la fama que, sin proponérselo jamás, se había ganado. No se lo
habían dicho nunca, pero ella lo sabía, y sabía también que pensaban todo eso
cada vez que la miraban.
–¿Qué? –le dijo prepotente, al ver que la Shaki no le
quitaba el ojo de encima, mirándola como atontada.
–Nada, tenés linda nariz. –inventó.
Elena largó una carcajada. Todas se giraron para verlas,
sorprendidas.
–¿Te gusto o qué?
–No, no…Te lo digo porque…¿nunca te golpearon?
–No tuvieron tiempo. –Elena esperó a que sus palabras
hicieran efecto en la Shaki y en las mujeres que, de a poco, se acercaban a ver
qué ocurría allí.
–¿Por qué éstás acá? –preguntó Shakira, intentando
infundir respeto. –Digo…parecés una nena rica, y las nenas ricas nunca van a la
cárcel.
–Depende de lo que hagan.
La Shaki se cansó. Está bien que ella fuera medio
bruta, pero se daba cuenta que Elena disfrutaba su papel, y era hora de ponerle
los puntos sobre las íes. No lo quería, pero era la única forma de sacarle la verdad.
Todas quería saber, no sólo ella, y nadie debía negarse así a contar lo que
había hecho. Era casi como una ley dentro de ese territorio de paredes.
La agarró de un brazo, con fuerza, y la arrinconó
contra la tapia. Las otras se acercaron, medio riéndose, ansiosas por el
espectáculo. Elena se vio perdida, si se negaba no terminaría bien y no sabía pelear;
su fama era en base a misterios, no a golpes. Aunque si contaba todo, como
ellas querían, su prestigio sería aún mayor. Ninguna de todas ésas tendría una
historia ni siquiera parecida a la suya.
–Está bien, está bien, te voy a contar. –dijo al
fin. La Shaki sonrió con malevolencia,
sin soltarle el brazo.
–¡Che, vengan! –una de las mujeres gritó, llamando a
otras a que se uniesen.
–Dale, hablá o hablá. –sentenció Shakira.
–Bueno. Me criaron las monjas.
–¿Estabas en un hogar? –preguntó una. Elena oyó a Mónica
decir que alguien le contara lo que sucedía.
–No. Era un convento, yo iba al colegio que tenían.
Todavía existe.
–¿Y yo qué dije? Nena rica.
–Callate Shaki. –dijo alguien
–¡A mi no me hacés callar, pendeja!
–Mis padres se murieron –continuó Elena, sin hacerles caso, ya contando más para
sí misma que para ellas –Fue en un accidente de avión, muy conocido el caso.
Iban a Estados Unidos. No tenían más familia, bah, sí, pero no se quisieron
hacer cargo, se borraron todos. En vez de mandarme a un hogar de tránsito,
Minoridad definió que me quedara con las monjas, después de todo ya me conocían,
cuando apareciera una familia adoptante, me darían. Eso nunca pasó, obvio, ¿quién
quiere a una cría de siete años?
–Naaa, no te creo –dijo una, a la que llamaban “la
Rusa”–Eso es muy de telenovela, lo estás inventando.
–Es verdad. –los ojos de Elena relampaguearon, la Rusa
optó por callar.
–¿Y? –preguntó otra mujer, ignorando a la Rusa.
–Fue una mierda. Lo peor que le puede pasar a un chico
de esa edad. Pero yo era muy despierta, y cuando cumplí doce, llegó la visita
al padre Nicolás. De eso me hablaban casi todos los días, de la visita. Y yo
sabía bien qué era esa visita.
–¿Qué era?
El timbre para volver a las celdas sonó, y la celadora
apareció llamándolas, tratando de dispersar al grupo.
–¡Pará, López! –le gritó Shakira –Ésta al fin está
hablando.
–¡No me importa! ¡A las celdas!
–¡Pero nos estaba contando!
–¿Qué te pasa, García? –la celadora miró a la Shaki–¿Estás
en la escuela y querés que te cuenten un cuentito? Caminá pa’ dentro.
–Dejame de joder, López. La Elena nos estaba diciendo porqué está metida acá.
–A ustedes no les importa.
–¡Pero queremos saber! –dijeron dos o tres más.
–Ay, qué cansadoras están hoy. Mató a un cura. Ya lo
saben, ahora adentro.
Todas miraron a Elena, que se había sentado en el
suelo, contra la pared donde la había dejado la Shaki.
–¿Mataste al cura? –preguntó.
–Sí. Aunque nunca supe si me equivoqué o no. Después
recordé que a la semana siguiente me confirmaba, la visita era por eso… De todos
modos, necesitaba salir de ahí, aunque sea para meterme en otro lugar parecido.
–Bueno, ¡adentro todas, carajo! –gritó López, y esta
vez todas le obedecieron. Unas caminaron con pereza, comentando que aquello que
acaban de oír, era una mentira. Otras se fueron rápido, tal vez con miedo de
que fuera verdad y confirmando que Elena estaba tan loca como pensaban. Ella se encontró sola otra vez, como siempre,
y se puso de pie. Caminó con su acostumbrada lentitud hacia su celda, pensando en
el día en el que apuñaló al padre Nicolás cuando le pidió que le recitara los
diez mandamientos.
No matarás.
Hola a todos. Bueno, aquí les dejo el primer cuento de esta serie de la que les hablé. Espero que les guste y gracias a Lucy, Salma y Abril por comentar la entrada anterior.
Saluditos para todos.
Es el primer cuento que leo tuyo fuera de los fics y... joder, ¿qué te escribo exactamente? Aparte de ser enganchador y querer terminar pero a la vez no, es una joya. Al momento de narrar los detalles e imaginar la cárcel de mujeres, hasta el final impredecible.
ResponderEliminar¡Me gustó demasiado! Espero que subas pronto otro de estos corto pero muuuuy bueno.
Bien, que estés de lo mejor!
Cuídate.
<3
Salmi! Muchas gracias por tomarte el tiempo para leer y comentar. Prontito estaré subiendo más.
EliminarUn saludo!
¡Malúúúúúú! (no sé que me dio, ni preguntes) ¡Qué genialidad la tuya! De verdad me esperaba algo así de bueno, porque claro, sos vos quien lo escribe. Pero fuera de eso, ¡muy bueno! Me reí mucho con la Shaki jajjajajajaj really ♥
ResponderEliminarY y y y y Elena, joya la chica. Me recordó a algo, porque yo estudio en una escuela católica y el rector se llama Nicolás. No es un cura ni nada, pero es el que canta las canciones cuando hay misa y el que siempre nos dice que tengamos fe y bla bla bla a la entrada del colegio.
¡Me encantó! Pienso que vos tendrías que ir presa por ser tan original jajajjajaja Bueno, ya me despido, UN BESO! :*
Agente agente arrésteme pronto! jajajjajaa Me reí mucho con tu comentario y la casualidad del Nicolás de tu cole. Espero que el cuento no haya hecho que lo mires mal, pobre hombre.
EliminarUn beso grande Lucita!
¡Hola! Ay, no sé, pero me encanta tu forma de narrar, lo haces muy bien ¿sabías? Me encantó, sinceramente. Lo de la cárcel me hizo acordar a algo que escribí hace tiempo y a un sueño también... me gusta que usaras ese toque argentino a la narración. Ah, y me encantó la plantilla de tu blog :)
ResponderEliminarAcabo de seguirte y estoy estrenando nuevo blog, ¡te voy a estar esperando por ahí!, besos :)
Hola Aylén! Ya me paso por tu blog, gracias por leer y comentar y por tus lindas palabras.
EliminarUn saludo.